jueves, 10 de julio de 2008

MUJERCITAS - Identificaciones, femineidad y transferencia

“Siempre me intrigó de una manera casi sobrenatural el modo en que las mujeres piensan el mundo, viven el mundo, miran el mundo... Y en un punto las considero como marcianas, son como lo otro absoluto, en relación conmigo, con los hombres... y siempre fueron para mí como un objeto de análisis, de curiosidad. Cuando mi mujer quedó embarazada y me enteré que iba a tener una hija dije: ¡esta es la mía!, ¡voy a ver cómo se forman! (lo dice frotándose las manos). Uno ve siempre a las mujeres ya formadas, incluso cuando tenés cuatro años y te las encontrás en el jardín de infantes o en la plaza, ya las ves formadas, no sabés muy bien cómo llegaron ahí. Así que cuando me dijeron que sería una nena pensé que iba a estar muy cerca del secreto, de ver cómo se forma el secreto. Y por supuesto, las mujeres son tan geniales que ni siquiera un bebé te muestra el secreto. Te lo muestra, y cuando vos querés agarrarlo, te lo quita. Después empiezan a crecer, y la narrativa del crecimiento es tan genial que ya te olvidás de que lo que querés es el secreto, lo único que querés es ser atontado, narcotizado. “
Alan Pauls

Una de las preguntas que acompañan mi historia como lectora, es el porqué de la cualidad de algunos personajes para tornarse humanos, amigos, cobrar una vida casi independiente del contexto narrativo del que su autor los dotó, y pasar a formar parte de la vida de sus lectores con la naturalidad con que un gato se estira al sol. Se me ocurren varios ejemplos: La Maga, Holden Caufield, Anne Shirley, Ignatius Reilly, Guillermo de Baskerville, Phillip Marlowe, el Capitán Ahab, Bilbo Bolsón y tantos otros… Recuerdo a mi hermano menor, al terminar el libro “Mi familia y otros animales” llorando y diciendo “Gerry era mi amigo, ahora lo voy a extrañar” (cabe pensar que quizás llorara por la certera alusión del título, pero a estos fines vamos a quedarnos con lo que dijo entonces).
¿Qué hay en esas criaturas de papel y tinta para hacerlos tan amados? –“Identificaciones”-, dijo mi analista… Y por ahí vamos a empezar.
Las hermanas March, de “Mujercitas”… No se cuantas generaciones de niñas hemos crecido agarradas fuertemente de este libro. Muchas, las suficientes como para que Simone de Beauvoir, en su libro “Memorias de una joven formal”, escribiera “Mujercitas me dio una idea clara de lo que sería mi vida cuando yo todavía era una chiquilla: me propuse ser Jo, y como ella escribía; para imitarla empecé a redactar cuentos...”
Si pensamos las identificaciones como aquellos rasgos de los que el sujeto se vale para intentar encarnar el ideal de su sexo, ante el vacío de respuesta del Gran Otro podríamos decir que las hermanas March ofrecen cuatro modelos identificatorios netamente diferenciados:
Meg, la hermana mayor, es linda, buena, se casa joven con un hombre bueno y pobre, y tiene hijos buenos y pobres. Pelea contra su frivolidad y su envidia a las muchachas que tienen lo que ella querría: “una casa magnífica, llena de toda clase de cosas hermosas, comidas finas, trajes bellos, muebles hermosos, gente agradable y mucho dinero” pero finalmente triunfa sobre el mal, y se convierte en esposa y madre ejemplar.
Amy, la menor, quiere ser bella, seductora, elegante, sofisticada. En sus palabras: “ser pintora, viajar a Roma para pintar cuadros bellos y ser la mejor pintora del mundo” Es egoísta, vengativa y rencorosa… Cuida de su belleza como del bien más preciado… no es lo que una muchacha debe ser… sino lo que le gustaría.
Beth es tímida, callada y buena. Buena con los animalitos, con las muñecas viejas y rotas, con los ancianos, y hasta con los niños pobres y enfermos que ya que están la contagian y muere. Podríamos decir que no cuenta con los “defectos” necesarios para pasar de niña a mujer, y que es su excesiva inocencia lo que la hace terriblemente frágil, al punto de no soportar la marca en el cuerpo de la primera menstruación (Muere de las consecuencias de la escarlatina, el cuerpo manchado de rojo). Puro ideal, no sobrevive a los pasajes en los que se testea el sujeto con la castración. “-Tu eres solo una niña amada”- es la sentencia que, en labios de su hermana mayor, la condena ya al comenzar el libro.
Y finalmente Jo, -“Caballos árabes, tinteros y novelas”- la mas querida por sus lectoras, la rebelde, que quiere ser escritora, que trepa a los árboles, que deplora su destino femenino y anhela ser varón, y que se corta su pelo (“Su única belleza”) para dar dinero a su madre para viajar a encontrarse con el padre herido tras luchar en la guerra de secesión. Es el personaje más complejo del libro y quien decide su carácter de inolvidable. Amiga íntima de su vecino Laurie, (que porta una sensibilidad y unos rasgos feminizados que la valen el mote de “Dora”), esta pareja encarna la ambigüedad de las identificaciones sexuales, y la dificultad para el encuentro amoroso. (Capítulos enteros han sido leídos por una multitud clamando íntimamente “que se besen, que se besen”, y ellos nada!)
Las hermanas March tratan de ser buenas, y no les sale demasiado bien… Eso tienen en común: todas vacilan en la encarnación del ideal al que se dirigen. El libro mismo es el testimonio de estos avatares.
Mujercitas es por excelencia un libro “de chicas”, novela de iniciación, relato para tarde lluviosa, con frazadita y pañuelos acompañando el duro trance que se viene: pasar de niña a mujer. Libro “modelo” pero no tanto por su ambigua moral victoriana como por la diversidad de caracteres con que acompaña a la desconcertada lectora. Pienso ahora en Tom Sawyer, un equivalente “de chicos” publicado con 6 o 7 años de diferencia, y en la forma en que el fin de la infancia se pone en juego allí. No es la diversidad lo que da la respuesta, sino la habilidad y la persistencia, los “skills” (fuerza, coraje, astucia, velocidad), de los que se valen Tom y Huck para emprender una vida propia. La pregunta por los personajes nos lleva entonces a la pregunta sobre los lectores. ¿Hay diferencia entre las lectoras y los lectores? ¿Si la hay, en que consiste?
¿No podríamos decir que es la dificultad en el anclaje en una identificación que valga para toda mujer y la diversidad de modelos, de formas en las que unas y otras encarnan lo femenino, lo que hace de este libro una especie de contraseña para las niñas en crecimiento y lo diferencia de los libros “para chicos”?
Si, como habíamos dicho, las identificaciones son las respuestas que el sujeto se da para responder a ese vacío del Gran Otro, vacío de saber respecto a quien es ese sujeto y para que está en el mundo, y articulación a la pulsión como forma libidinal de intentar recubrir esa falta, intentaremos pensar desde allí en esta diferencia. No hay sujeto ni objeto en los orígenes, sino que ambos se constituyen en un solo movimiento, el de arrancarse del Gran Otro, por la vía de un asentimiento simbólico que le prometa a ese sujeto en ciernes un ser, una identidad donde anclarse. Ambos efectos de la castración: objeto e identificación, remitirán a un orden simbólico regido por la ley del padre, y se articularán en el fantasma, a modo de respuesta al vacío en el que se engendraron. Esta promesa de identidad que encontramos en los ideales es del orden fálico, medida con la que el sujeto espera completar a ese Gran otro que se le reveló insuficiente, y que le permite funcionar en el mundo. La medida fálica la da el objeto causa, (imaginarizado en el pene) que inaugura una deriva metonímica a lo largo de la existencia. Así, la niña se separa de la madre, a costa de la incompletud de ambas, y con la promesa de un hijo (sustituto fálico). Del lado del padre, la mujer recibirá un nombre que le permitirá arrancarse de la demanda materna, pero que la inscribe en la genealogía masculina (“Hija de…”, “mujer de….”). Vemos que de ambos lados, la mujer recibe una respuesta no fácil de soportar, ya que su medida imaginaria se sostiene en el pene, del cual carece, o en la maternidad, que está lejos de recubrir la respuesta sobre lo femenino.
¿Qué es entonces ser mujer? ¿Cuál es la identificación más o menos estable que le podríamos atribuir? Como analistas sabemos que la trampa del “ser” conlleva la alienación en el Otro, pero al mismo tiempo, que este anudamiento imaginario es indispensable para la existencia. ¿Qué pasa en el caso de las mujeres, en el que las identificaciones son tan volátiles y erráticas como por ejemplo la moda (he oído violentas descalificaciones a muchachas que llevaban pantalones de cintura alta… que según la revista Elle se vuelven a usar el próximo invierno)? En un tramo de análisis, me encontré con que ser mujer para mi era usar aros perlita…. En otro con que era ser pasiva y por lo tanto estar muerta… y así seguirá… Compartimos con los hombres la existencia como sujetos, nos valemos de los significantes y de la lógica fálica, pero nos queda un resto imposible de asimilar a ninguna representación en tanto feminidad.
Ahí se abre un camino con dos sesgos: uno será el señalado al constituirse la mujer objeto de deseo del hombre, aquello para lo que engalanamos, ornamentamos, vestimos ese vacío, en busca de una mirada deseante que nos otorgue un ser. Ser evanescente además, que da una fragilidad tangible al narcisismo femenino. “Por eso la relación de la mujer con su imagen es problemática, fluctuante”, dirá G. Pommier en su libro “La excepción femenina”. El otro sesgo dirige la pregunta del ser hacia “la otra”, alguna que encarne La Mujer. En esa rivalidad, en este caso otra forma del amor, la mujer busca en otra el misterio que ella misma detenta. Respuestas siempre evanescentes, dejan del lado de la mujer un goce más allá de lo fálico, con el que se encontrará en tanto se permita ser tomada como objeto causa del hombre, y de donde irá más allá, a costa de perderse. “Una mujer, como ser hablante, está separada de la feminidad que ella encarna. La partición que experimenta le impone una elección entre su identidad y su goce”, dice Pommier en el libro citado.
“Es por ser el falo, es decir, el significante del deseo del Otro, que la mujer va a rechazar una parte esencial de la femineidad, en particular todos sus atributos de mascarada”, dice Lacan. Encontramos a Jo aquí, en esta protesta, en este rechazo a la mascarada que va a ese lugar de vacío, tratando de consistir en alguna medida fálica, de hacer otra cosa, que finalmente se anuda en la escritura. Meg, en cambio, después de medirse con “la otra” (las amigas ricas, las chicas inglesas), decide alienarse en la identificación a la madre. Amy parece hacer otro negocio: pintora, ocupada por la ornamentación de ese vacío que la soporta, se las arregla bastante bien con lo femenino… y se queda con Laurie.
Me gusta pensar la posición del analista en algún punto semejante –y también diferente- a la posición femenina. Si pensamos la abstinencia analítica como la renuncia a ofrecer un modelo ideal que sature de saber la pregunta analizante, dejando la posibilidad abierta de ser tomado en la transferencia como el objeto al que el analizante dirige su demanda, sin responder a ella, nos encontraremos con el semblant bastante cerca del femenino. En ese “dejarse hacer” analista, dejarse tomar por las identificaciones que comandan el discurso del paciente, para que pueda gastarlas hasta descubrir su función de investidura de un faltante. Solo dada esta apertura podremos habilitar ahí a un sujeto que se apropie de ese vacío y de aquello en lo que se alienó para poder existir, haciéndolo jugar a su favor.
Recuerdo las palabras de una paciente especialmente sensible a la sutileza del significante, hablando de los efectos de sesiones donde había descubierto que el discurso fuertemente moralizante del padre se sostenía en el rechazo a lo femenino, y luego confrontado con mi imposibilidad de responder a una pregunta importante, (tachadura sucesiva de los saberes en los que sostenía sus identificaciones, vacío de representación de lo femenino, aparición del pequeño otro en la figura del analista) : -Me desperté sintiendo un alivio insoportable- Este oxímoron ilustra algo de la paradoja del sujeto, y de su paso por el análisis.
Un poco mas tarde, esta paciente empezó a ubicar insistentemente un Aquí y Ahora, en el que las coordenadas subjetivas, ya alejadas de las identificaciones más alienantes, permitieron el acceso a un tiempo y espacio presente donde el deseo tiene un lugar.
Finalmente, las palabras de la analizante citada, hablando del fin del análisis, y de un viaje que había autorizado a realizar. “Esto se va a terminar cuando dejes de ser todo lo que sos, y seas solamente María”.
Seguramente la lectura y relectura de algunos libros infantiles tiene que ver con ese juego con las identificaciones, que en algún momento abrirá el espacio de la transferencia, formas de alojarnos en la palabra y de intentar nombrarnos.

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Bibliografía:
- “A la sombra de las muchachas en flor”, Laura Ramos, publicado en Pagina 12
- Seminario 9, “La identificación”, Jaques Lacan
- La significación del falo, en Escritos II, Jaques Lacan
- La excepción femenina – Gerard Pommier
- El amor al revés - Gerard Pommier
- El orden sexual – Gerard Pommier
- Entrevista a Alan Pauls, por Andrea Stefanoni y Damián Lapunzina


María Justo, Campana, Noviembre del 2007






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