miércoles, 15 de septiembre de 2010

A nombre propio

Nombres, nombre y apellido, libro de nombres en los kioscos que dan un significado, algunos son elegidos por herencia, por el calendario, porque sí.

Nombre, es lo primero que se enseña en los jardines de infantes, letra por letra y como de la letra escrita se trata, su estructura se conserva de una lengua a otra, no hay traducción dirá Lacan.
Con el nombre se puede jugar y así apropiárselo, se le da forma a lo que fue dado por otro, un Otro que alojó a ese niño en su deseo, como aquel muchachito de 9 años que explica cómo le fue inventado y concedido su nombre “…mamá dijo A, mi papá LA y mi mamá N…”
El nombre guarda relación con un deseo, “cifra el deseo de Otro”. En este sentido es el nombre, en tanto rasgo único e irrepetible, una marca del deseo del Otro, dando cuenta de su falta.
A un niño le fue otorgado como nombre un significante que remitía al daño y al dolor y ese era el lugar que ocupaba para sus padres, los lastimaba a ellos con su conducta y a sus compañeros. Durante las primeras sesiones el niño jugaba a generar dolor y daño, comenzó “a hacer” con ese significante. Luego de un tiempo este “dar dolor y daño” vira a curarlo, entonces operaba, daba inyecciones, curaba. Hasta el punto en que ubica que no es él quién lastima, sino que es otro… un muñeco, muñeco que construye con cajas y cartulina, pintó y decoró, hace, construye, y SE construye - ¿mediante un “acto”? – separándose del Gran Otro. A partir de este momento se comienzan a observar otros tipos de juegos, ocupar otro lugar en ellos y aparece la posibilidad de hacer lazo con otros, ya que puede registrar a otros.
Es así como este niño pudiendo jugar con el significante - nombre que recibió se lo apropia y hace algo con el lugar que le otorgaron. Este nombre daba cuenta del lugar que ocupaba en el deseo del Otro, y podemos ver que es en base a ese significante que se constituye, no fuera del deseo del Otro, sino partiendo de él.

Pommier dice, en su conferencia en la Argentina, que el nombre es un “arma de lucha”, un arma que le permite separarse del Otro dando cuenta de la falta y de su falla. Esta separación implica un acto y como tal un sujeto.
Y de eso se trata este trabajo, de poder pensar el enlace entre nombre – acto y sujeto.
Comencemos preguntando ¿qué es el acto? Rápidamente podemos decir que no es cualquier acción, Carlos Egaña sintetiza en una de sus publicaciones que el acto está ligado a la noción de compromiso, pues ese acto traerá consecuencias por las que deberá responder ¿Quién? El sujeto, que advino en el acto, ya que si es un verdadero acto habrá un sujeto en él.
Y es en ese acto en dónde se nombra, usando su nombre puede llevar a cabo el acto, pues el acto habla del sujeto, ES el sujeto.
Este acto puede advertirse luego, no durante, porque aquél que lo está realizando es quien será transformado. Y también su nombre no tendrá el mismo valor a partir de ahora.
Si bien ese acto puede ser en consecuencia del camino recorrido por la persona, es a partir de ese acto que el sujeto adviene y se modifica, pues no será el mismo que antes, modificará el texto de su historia y dejará marca a nombre propio.
Es en los actos que representa al sujeto que su nombre tiene existencia y se despega de lo signado por el Otro.

Recapitulando, nos dan un nombre, nos lo apropiamos y utilizamos, podemos nombrarnos, nos autorizamos a nombre propio, actuamos. Y es ese acto el que habla del sujeto, acto que se inscribirá en su historia y será recordado por eso.
En la película “Las alas del deseo” Daniel, un ángel, decide transformarse en humano, decide cambiar la vida eterna, sin cuerpo a un cuerpo con tiempo y “conquistar una historia propia… entrar en la historia del mundo… ”.
Hacerse cuerpo y establecer lazos… “…mirar a la altura de otros ojos…”
Y es así que se arroja al río, acto del cual surge un sujeto con tiempo y a nombre propio, que marcó su historia y cambió la de otros también.


Natalia Rotondo.
Noviembre 2008.

Bibliografía:
-Seminario 9: La identificación. Jacques Lacan.

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