lunes, 2 de agosto de 2010

Cada cual atiende su deseo

O el juego posible de ser analista


El título de este trabajo hace alusión al famoso y por casi todos conocido “Don pirulero”, en donde cada cual atiende su juego, y es en esta dirección, con esta idea de articular algo del juego y del deseo, que intentaré transmitirles algo en relación con el psicoanálisis.

Se trata pues, de lo que yo entiendo como deseo, y como para hacerlo menos engorroso a mi entendimiento, aficionado o amateur del discurso lacaniano, se me ocurrió pensarlo en relación a otro concepto, de otro autor, que es Winnicott y es el concepto de juego.

Cabe aclarar desde el vamos que no se trata del juego entendido como actividad recreativa, o vinculada al ocio, ni tampoco es el deseo relacionado al anhelo, o a las ganas o ansias de algo, de lo que intento hablar. Se trata más bien de un deseo específico y, ante todo, singular, en tanto si todos somos sujetos, entendemos que esta condición de subjetividad es siempre en singularidad, y se trata, sin más, del deseo del analista, más precisamente, mi deseo de ser analista, y del juego como actividad creadora, que posibilita el surgimiento de algo original o novedoso para el sujeto. Siguiendo con las atajadas o las salvedades, también me cabe decir que no es una exposición teórica sobre el deseo del analista, en tanto concepto introducido por Lacan, o de la teoría del juego en Winnicott, sino que se trata más bien, de un recorrido más personal, autorreferencial si se quiere, que ha hecho posible que yo esté acá leyendo esto.

Hace 4 años que Trazos empezó con sus reuniones y desde entonces, por intermedio de Carlos y María fui invitada a participar en incontables ocasiones, y no fue sino hasta este año 2008, que acepté el convite. Sin entrar en detalles, no puedo dejar de mencionar que esta postergación, poco y nada tuvo que ver con la casualidad. A lo largo de ese tiempo, teniendo ya en mi haber un título que me habilitaba en lo puramente “formal”, tanto a ésta como a otras labores, es que fue cobrando forma en mí este deseo. Deseo de ser analista, que deja por fuera la opción de ser otra cosa, como parte de un proceso en el cual me encuentro yo habilitándome a esta tarea, autorizándome a llevarla a cabo. Este recorte que indica un corte en las innumerables posibilidades que determinado título universitario ofrece, no fue posible sin un análisis personal, que contribuyó a la aveniencia del descubrimiento de que es esto lo que quiero, y que es en esto, en donde mi deseo se pone en juego.

En “Realidad y Juego”, texto que me sirve como punto de partida para pensar estas cuestiones, Winnicott dice que “hay algo en el juego que no encontró su lugar” y lo que postula es que el juego produce escritura, pone a jugar un no saber del sujeto. En él, hay una acción que se despeja.

Plantea que el psicoanálisis se da en la superposición de dos zonas de juego, correspondientes al analista, y al analizante, se relaciona con dos personas que juegan juntas. Citándolo textualmente, dice que “el corolario de ello es que cuando el juego no es posible, la labor del analista se orienta a llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar, a uno en que le es posible hacerlo”. En este punto, vale aclarar la diferencia establecida entre el sustantivo “juego” (game) y el verbo sustantivado “el jugar” (play), en tanto plantea que el primero fue harto observado, dentro de la literatura psicoanalítica, en los diferentes usos que le dan los niños que llegan a una consulta. Este acento puesto en el contenido del juego, en lo que mediante el juego el niño nos comunica, se ha manifestado, según el autor, como obstaculizando la posibilidad de pensarlo como una cosa en sí misma. Siguiendo esta línea de razonamiento, dice que “todo lo que se diga sobre “el jugar” de los niños también rige para los adultos, sólo que el asunto se hace de más difícil descripción cuando el material del paciente aparece principalmente en forma de comunicación verbal”, siendo esperable que el jugar resulte tan evidente en los análisis de los adultos, como en el trabajo con chicos.

Es a partir de estas cuestiones, que se me ocurre pensar la posibilidad del jugar como emparentada a la conceptualización de deseo de Lacan. Rápidamente, digo que entiendo que mediante el trabajo en análisis, el analista va poniendo cierto coto al goce del sujeto posibilitando que surja allí algo de otro orden, del orden del deseo. De este modo la noción de “juego” (game) estaría más del lado del goce, de lo repetitivo, de aquellas cosas que remiten a lo puramente pulsional, mientras “el jugar” (play) estaría más del lado del deseo, de lo relativo a la circulación de la libido, de aquello que irrumpe como un nuevo saber en el sujeto en análisis.

En la película “Las alas del deseo”, que presta el nombre a esta jornada, hay un acto que me parece ilustrativo de lo que intento plantear. El protagonista masculino, que no es un hombre sino un ángel, que está enamorado de una mujer, terrenal y humana, decide, en pos de este amor, nunca antes experimentado, dejarse caer desde las alturas, mediante lo cual se asegura, la posibilidad de poder estar con ella, en la medida en que cobra materialidad, lo que abre también la posibilidad de nuevas experiencias, de placer y de dolor. Deja de ser ángel, para pasar a ser un hombre, con todo lo que ello implica, y el peso que eso conlleva. Como consecuencia más relevante de su acto, pienso en la finitud del ser, en tanto las personas nos morimos, y los ángeles, suponiendo su existencia, no, puesto que tampoco se tiene el registro de un cuerpo real, capaz de experimentar sensaciones que pasen por él. Esta caída, que consiste en estrellarse, y que lo pone en marcha como sujeto deseante, nos muestra como algo del orden de la novedad, de lo no sabido hasta entonces por él, surge y se manifiesta, y a su vez, implica una renuncia a algo, en este caso la eternidad, o inmortalidad. De esta forma el personaje consigue dejar el juego de ser el ángel enamorado, y ponerse a jugar en el sentido en que Winnicott lo plantea. El jugar como acción creadora, como acto creador, como posibilidad de que surja en él, algo del orden de lo original, de lo novedoso, que no es nuevo en sí, sino que no estaba develado, hasta entonces, para él mismo.

Habiendo trazado este recorrido, es que me animo a decir que implica para mí, el deseo de ser analista. En tanto el deseo es siempre el deseo del otro, y es en relación a esto, que uno asume su falta, su castración y es capaz de reconocerse como poseedor de un saber que le es propio, saber que no estaba dado a priori, sino que se produce en transferencia, que irrumpe mediante el trabajo en el análisis, fue mi tarea asumir, entre otras cosas, que todo no se puede, que siempre iba a haber un resto, una falta de la cual no iba a poder dar cuenta, teniendo que dejar de lado cierta omnipotencia neurótica, de creer que es uno quien debe tener el saber acerca de lo que al otro le pasa.

También entiendo que, afortunadamente, no es en solitario que uno se lanza a jugar en el lugar de analista, sino que siempre es con otros, con los cuales uno hace lazos y se identifica. Y creo también, para cerrar, que es este compartir, estoy convencida, la condición de posibilidad de que algo de este orden del deseo, suceda, y nos oriente, con alas extendidas, en vuelo dirigido hacia aquello que nos es propio.

Lucía Di Fino

Noviembre de 2008


BIBLIOGRAFIA

-Seminario 9: La identificación. Jacques Lacan.

-Realidad y Juego. Winnicott, ED. Gedisa

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